Cuando una historia te elige: cómo nacen las voces que habitan mis páginas
Siempre he creído que las historias no se inventan del todo. Uno no se sienta frente a la hoja en blanco como quien diseña un edificio con planos exactos; más bien, se deja atravesar por algo que llega, que insiste, que se planta frente a ti con la terquedad de lo inevitable. A veces se manifiesta en un sueño, otras en una frase que alguien pronunció al pasar, en un recuerdo que se niega a desvanecerse o en una imagen que, sin saber por qué, se instala en tu memoria. Y entonces lo entiendes: no fuiste tú quien eligió la historia, fue la historia la que te eligió a ti.
Así nacen las voces que habitan mis páginas. No como personajes delineados desde la lógica, sino como presencias que aparecen sin pedir permiso. Se filtran en los silencios, se cuelan en las conversaciones internas, te acompañan cuando caminas sola por la calle o cuando miras al techo en la madrugada. Son tenaces. No basta con ignorarlas; mientras más lo intentas, más fuerte reclaman su derecho a ser contadas.
Recuerdo que cuando empecé a escribir mi primera novela, la voz del protagonista me llegó de golpe, como si hubiera estado esperando desde siempre a que yo le prestara mis manos. No se presentó con cortesía ni con instrucciones claras; se instaló dentro de mí con sus propios silencios, con su propio dolor, con su manera única de mirar el mundo. Al principio, confieso, quise resistirme. ¿Qué podía yo saber de su historia? Pero comprendí que la escritura no se trata de tener todas las respuestas, sino de disponerse a escuchar con paciencia.
Esa es la verdadera labor de la escritora: escuchar. Escuchar con los ojos, con la memoria, con la piel. Escuchar incluso aquello que no sabemos cómo traducir todavía. Porque cada voz trae consigo un universo entero: sus miedos, sus deseos, sus contradicciones. Y nuestra tarea es abrirle espacio, darle forma, permitirle existir en el papel sin silenciarla con nuestras propias expectativas.
Hay quienes me preguntan si mis personajes están inspirados en personas reales. Y respondo que sí y no. Porque aunque tomen algo prestado de rostros conocidos, aunque se nutran de gestos, palabras o experiencias que me rodean, en realidad se convierten en algo distinto. Son la síntesis de lo vivido y lo soñado, de lo recordado y lo imaginado. Son, en cierta forma, espejos fragmentados donde también me descubro.
Con el tiempo entendí que dejarse elegir por una historia es un acto de confianza. Confiar en que esa voz sabrá llevarte por el camino que necesitas recorrer, aunque al principio no sepas a dónde conduce. Confiar en que, aunque a veces el trayecto sea oscuro o doloroso, al final habrá luz. Porque escribir, cuando se hace desde esa entrega, no solo nos transforma como autores: también transforma a quienes nos leen.
Las voces que habitan mis páginas no son mías por completo. Son visitantes, huéspedes, presencias que vienen y se quedan lo suficiente para dejar su huella. Y aunque después de cerrar el libro tal vez se despidan, yo sé que seguirán resonando en quienes las escucharon. Porque cuando una historia te elige, ya no hay marcha atrás: la llevas contigo, y ella, a su manera, también te lleva a ti.